“Los mercados de exportación de Murcia más fuertes eran los de la época de la seda y del pimiento, siendo tan apetecida la primera de todos los fabricantes nacionales y extranjeros y se producía en abundancia tal que corría en abundancia el oro.
El mercado local llenaba entonces las plazas contiguas del Esparto y Santo Domingo y parte de las calles adyacentes de la Merced, Trapería, Zambrana, Balboa y Jabonerías.
Mezclábanse en sus puestos infinidad de tambanillos de puntillas, encajes, adornos y telas para ropas interiores.
Pregonaban por todas partes los lienzos de Beniaján, las tejiduras de sayas y refajos de Totana, las enaguas de dos azules, las madejas de lino y estopa de la huerta, los mazos de lana hilada de Alcantarilla, las mantas de Espinardo y los deslumbrantes cobertores de Murcia.
Veíanse colgados de tirantes de cuerdas los preciosos armadores y delantales de lentejuela, las gorras para los niños, los chalecos bordados con su gran botonadura colgante de plata, y los pañuelos de seda de colores fuertes tejidos en las fábricas de la capital.
Más allá zapaterías y alpargaterías, filas enteras de objetos de cristal y barro valenciano para toda clase de líquidos, puestos de comestibles al por mayor y al menudeo, saladuras, azafrán de Albacete, pimiento molido murciano y oriolano, queso blanco y de la Mancha y centenares de macetas con flores de caprichosos matices y de aroma embriagador.
Gritábase la venta de cuajada, del agua de limón y del buen aguardiente, y se escuchaba el monótono relato en verso macarrónico de algún expendedor de relaciones, o los cantares de los ciegos con vidas de santos, sucesos extraordinarios, coplas y tonadillas que embobaban a los sencillos labradores.
Por último, veíase la recoba donde se exhibían por miles los pares de gallinas y de pollos, las cestas de huevos conservados en paja, los grupos de conejos del campo y de la huerta y los jaulones de palomas, todo entre un griterío inmenso que aturdía pero que a la vez alegraba el espíritu, porque aquel movimiento extraordinario era el alma, era la vida de la población”.
En mi Biblioteca familiar.
Del libro Huertanos y Franceses, de 1902.