A principios del pasado siglo la fiesta más deslumbrante y atractiva para la aristocracia murciana era la que se celebraba en los salones del Casino de Murcia en la calle de Trapería.
Con un salón Luis XV bellísimamente decorado para la ocasión y con el patio pompeyano convertido en un improvisado salón palaciego con candelabros y decenas de velas, cortinas y tapices, los empleados vestidos de época y el lujo como nota más destacada. A esta fiesta, en lugar tan emblemático, asistían las clases sociales más acomodadas que aprovechaban la noche para presentar a sus hijos en edad ´casadera´, lucir las mejores galas e incluso aprovechar para hacer tratos y negocios. Era, como queda dicho, la del Casino, la fiesta de las fiestas, dándose el caso, también, que mucha gente se agolpaba a sus puertas para ver entrar a aquellas familias con galas deslumbrantes que, más tarde, serían la comidilla de toda la ciudad. Y fue precisamente en ese escenario donde tuvo lugar la anécdota que da pie al título de esta noticia.
Existía la costumbre que, nada más dar las doce campanadas, la orquestina arrancaba la noche con los sones del Himno Nacional momento que se aguardaba con gran silencio y respeto. Era la forma que tenían de ´entrar en el año nuevo´ dedicando sus primeros minutos a España y rindiéndole homenaje. Después ya comenzaban polkas, valses y mazurcas que duraban toda la noche hasta la salida del sol. El año 1931, tras proclamarse la República en el mes de abril, la Nochevieja del Casino se vio igual de concurrida que en años anteriores. Para nada, el radical cambio político de monarquía a república, impidió que faltaran a la cita lo más granado de la sociedad murciana. Esa noche, la orquestina, obedeciendo órdenes de los directivos del Casino y para no herir susceptibilidades cambió la partitura del Himno Nacional por la de un pasodoble. Así nada más acabar las doce campanadas arrancaron con las notas de la alegre partitura, imaginamos que el público también estaba expectante para ver que ocurría ya que el Himno Nacional del periodo monárquico estaba prohibido.
En ese momento una familia, que asistía al cotillón, comenzó una airada protesta por que la orquesta no estaba tocando, como era costumbre, el Himno Nacional español que era, lógicamente, el conocido como Himno de Riego. Se hizo el silencio. Momentos de desconcierto, pero el director de la orquestina atacó la partitura y el Himno de Riego, que era entonces himno nacional de España, comenzó a sonar. Se recrudecieron las protestas. Numerosas personas abandonaron airadas el salón de baile e incluso salieron a protestar a las puertas del Casino en la calle de Trapería. Total, que apenas diez o doce personas se quedaron escuchando respetuosas el himno de la República. Eso sí, pasados aquellos momentos de tensión política, cada cual volvió a su sitio y el baile continuó hasta el amanecer como era costumbre en aquellas veladas de Nochevieja sin que se registrara ningún otro incidente. Como si nada hubiera ocurrido.