EL MOLINO DEL AMOR

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Poema Al Molino Del Amor de Tirso de Molina

Al molino del amor
alegre la niña va
a moler sus esperanzas;
quiera Dios que vuelva en paz;
en la rueda de los celos
el amor muele su pan,
que desmenuzan la harina,
y la sacan candeal.
Río con sus pensamientos,
que unos vienen y otros van,
y apenas llego a la orilla,
cuando ansí escucho cantar:

Borbollicos hacen las aguas
cuando ven a mi bien pasar;
cantan, brinca, bullen, corren
entre conchas de coral;
y los pájaros dejan sus nidos,
y en las ramas del arrayán
vuelan, cruzan, saltan, pican
toronjil, murta y azahar.

Los bueyes de las sospechas
el río agotando van;
que donde ellas se confirman,
pocas esperanzas hay;
y viendo que a falta de agua
parado el molino está,
desta suerte le pregunta
la niña que empieza a amar:

-Molinico, ¿por qué no mueles?
-Porque me beben el agua los bueyes.

Vió el amor lleno de harina
moliendo la libertad
de las almas que atormenta,
y ansí le cantó al llegar:

-Molinero sois, amor,
y sois moledor.
-Sí lo soy, apártense,
que le enharinaré.

Réquiem por el ‘Molino del Amor’

 06.06.11 – 00:44 –

No faltará quien con justa razón aduzca que el Molino del Amor carece de valor arquitectónico. Ciertamente su valor no es el artístico, ni el que puede medirse y ajustarse con la vara metálica del oro. Su valor es histórico, cultural, literario, sentimental y ecológico.
Salvador Jacinto Polo de Medina (1603-1676), lo inmortaliza en el décimo verso de su celebrado romance ‘A las calles de Murcia’ (1637); de las que viene a ser su testamento, pues buena parte de ellas o ya no existen o han cambiado de nombre.
En Murcia (donde lo que hace una generación lo destruye la siguiente) hubo calles, puertas, plazuelas y enclaves que nuestro mayor poeta festivo engarza en un rosario de cuentas que no se recita de corrido en los centros docentes (escuelas, institutos y universidades) porque inspira mala conciencia. Buscar en el actual callejero murciano la Puerta del Sol o la Plazuela de Gracia es vano mester. Pasaron a mejor vida y son pasto del olvido. Quien quiera saber de ello siga los pasos de «la que dicen que es su casa el Molino del Amor, y si no le dan maquila la posada del León».
Si la heroína del poema, una buscona, moró en dicho molino y ofreció en los harinosos jergones de la maquila sus servicios o si el poeta recurrió metafóricamente al nombre por razones literarias es cuestión que no hace al caso discurrir ahora. Lo que importa resaltar es la función referencial del Molino del Amor; presente en graves momentos históricos (riadas, movilizaciones, guerras…).
En ‘Bosquejo Histórico de Murcia’, por ejemplo, Frutos Baeza cuenta que, en tiempos del Fraile Pepón (1835) «se organizaron milicias urbanas para defender a los ciudadanos de los alborotadores, situándose las compañías de la Albatalía y Arboleja en el Molino del Amor».
Ubicado en la carretera de La Ñora, sobre la acequia Aljufía (la del Norte) cuyas remansadas aguas movían las pesadas piedras de la molienda, permaneció activo hasta aproximadamente 1970, encontrándose actualmente cerrado y en estado ruinoso. Y amenazada de mendaz entubamiento, la acequia de origen y nombre árabe, antesala de La Mota, de la que ya sólo queda el nombre, pues donde hubiera acequia ya no hay acequia, ni mota. Semáforo, sí. Y pésimo urbanismo.
Hasta su imperdonable abandono, el Molino del Amor dio amplio y buen servicio al vecindario, moliéndose en sus instalaciones todo tipo de granos; sobre todo: maíz; cuya harina servía para la alimentación de cerdos; que, hablando conmigo mismo, en ninguna casa del lugar faltaban.
Gratuita y mareantemente aromado por el vino peleón de la paredaña tasca ‘El Jumillano’, en el establecimiento molinero expendíase a granel harinilla, harina de panizo, harina de salvado y centeno, y demás harinas forrajeras; amén de granos y semillas.
Fuera, la niña del molino, guapa, inocente y lozana, era injusta y ladinamente perseguida en los carriles aledaños por los gamberros del momento (entre los que me contaba). El ángel de la Guarda la preservó de salacidades. Si podrá, o no, preservar el Molino del Amor es cuestión que está por ver.
Abandonado a su suerte, el Molino del Amor se muere lenta e irremisiblemente. No de amor, sino de justo lo contrario. De desamor municipal, naturalmente.

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