EL BAILE EN 1811

En estas y otras cosas llegó la tarde el domingo.

Desde que terminó la siesta, la gente sin miedo al calor que por todas partes se difundía comenzaba a acudir al emparrado del tío Roque, presentándose un buen golpe de muchachas que parecían un verdadero ramillete de flores hermosísimas. Con sus refajos de colores fuertes en harmonía (sic) con la espléndida vegetación del panorama; con sus moños de lazo adornados de flores y peinas de plata; con sus armadores de lentejuela y sus brazos desnudos, reprimiendo el seno con pañoletas de varé y con su calzado típico de alpargata con cintas negras entrelazadas, o zapatos de tabinete sobre la media blanca que dejaba transparentarse la rosada piel de los modelados arranques de la pierna, parecían hadas recién salidas de grutas formadas por arrayanes y jazmines en las orillas del plateado río, que serpeaba perezoso entre los sotos floridos que formaban sus cauce.

No tardó en oírse el campanilleo de una tartana que venía a todo escape, y cuando el vehículo se paró a unas cuantas varas de distancia del emparrado, saltó de ella Juan el Lanero con varias mujeres y mozos de Espinardo, y Ambrosio precipitóse inmediatamente para recibir a su amigo y dar la bienvenida a todos los acompañantes.

Desde aquel momento pudo decirse que comenzaba la fiesta.

Oyóse el temple de una guitarra, una bandurria y un violín, orquesta de lujo para aquella reunión, y escapábase algún carrasclás de las postizas que movían los dedos impacientes de las mozas.

Formóse enseguida un ancho corro con las sillas y tablados de las camas, y antes que un cantador entonara la tercera copla allá fue el Corroscones seguido de Mariquita y se plantó en el centro, apretándose la faja y limpiándose el sudor con un pañuelo de hierbas, mientras su dama ajustaba en los pulgares los lazos de sus postizas y se ponía en jarras para comenzar el baile.

Este era la malagueña, el más vistoso y variado y Mariquita y Coscorrones se portaron de verdad en los saltos, trenzados y vueltas, como si fuesen maestros consumados de la danza.

“De mi Biblioteca familiar”

“Huertanos y Franceses” de Andrés Blanco y García. Año 1902

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