El Teatro de Romea está construido en terrenos del antiguo Alcázar Seguir, en los que también se hallan la Iglesia de Santo Domingo y el Monasterio de Santa Clara la Real.
Fue inaugurado por la reina Isabel II en 1862, con la obra de Ventura de la Vega “El hombre del mundo”, interpretada por el actor murciano Julián Romea cuyo nombre le ha dado al coliseo. Inicialmente se denominó Teatro de los Infantes, en la Revolución de 1868 pasó a llamarse Teatro de la Soberanía Popular.
Hoy día su salón en forma de herradura dispone de esta excelente vista del patio de butacas rodeado de plateas, tres niveles de palcos y otros tantos de gradas superiores.
Actualmente el Teatro y su Plaza tienen este bello aspecto, siendo junto a su vecina Plaza de Santo Domingo unos lugares muy concurridos por su excelente oferta comercial de bares para tapeo y establecimientos de restauración.
En 1877 quedó destruido el Teatro por un pavoroso incendio, reconstruyéndose en 1880, volviendo a incendiarse el año 1899, otra vez vuelto a inaugurar en 1901 fue estrenado por la Compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza con la obra de José de Echegaray “El estigma”, contando con su asistencia y el nombramiento de “Hijo Predilecto” de la ciudad de Murcia.
Cuenta la leyenda que al expropiarle los terrenos a los monjes del Convento, uno de ellos lanzó una maldición diciendo que el Teatro se vería afectado por 3 incendios: En el primero no habría víctimas, en el segundo moriría una persona y en el tercero “cuando se hallara al completo” fallecerían todos los espectadores. Por lo que tras haber sucedido los dos primeros y habiendo muerto una persona en el segundo, desde la tercera reconstrucción el acomodador siempre se queda con un ticket de entrada sin vender.
Su fachada recientemente rehabilitada el 2012 muestra una amalgama de estilos ecléctico, con rasgos neoclásicos y detalles modernistas, en cuya parte superior central figuran los bustos de Beethoven, Mozart y Listz.
En unas excavaciones realizadas en 1984 en la Plaza de Romea con motivo de un replanteamiento urbanístico, se hallaron estos restos arqueológicos correspondientes básicamente a un tramo de la muralla defensiva de la medina prácticamente intacta, que la separaba del arrabal y era colindante con el Convento de Santo Domingo el Real.
En un principio se pensó en acristalarla pero prevaleció el criterio economicista del coste que supondría para el Ayuntamiento, así como lo que podría afectar al sector comercial de la zona mientras se realizaban las obras, por lo que volvió a cubrirse y “aquí paz y allí gloria”.